El sentimiento de celos más intenso lo vivimos dos veces en nuestra vida: cuando nos damos cuenta de que había mundo antes de que nosotros llegáramos y cuando, teniendo que partir, nos damos cuenta de que el mundo seguirá girando a pesar de nuestra ausencia. Entonces nos sentimos excluidos. Ninguna otra cosa son los celos que este sentimiento de exclusión.
Y sin embargo, esa es la maravilla, que haya mundo antes que uno para poder vivirlo y poder legar a otros un mundo mejor al partir. Para eso debemos superar esos celos.
Cuando llegamos a este planeta, durante generaciones muchas otras personas habían construido un mundo posible de vivir. Teníamos escuelas donde educarnos, hospitales donde ser atendidos, calles alumbradas para caminar de noche, agua corriente en nuestras casas, Universidades para formarnos, al menos en estos países europeos donde vivimos algunos de nosotros.
Durante siglos hombres y mujeres han trabajado para donar algo al mundo: su saber, su trabajo, su amor. Porque todo trabajo que se desarrolla para beneficio de otros es un acto de amor social.
Esa herencia universal debe ser conquistada por cada uno de nosotros. Los libros están ahí para leerlos, ese legado producido históricamente, fue escrito para nosotros, para que los hombres y mujeres que somos podamos ganarlo y llegar a ese grado de civilización producido en los textos.
Esa deuda que adquirimos al nacer, eso que debemos a tantos otros humanos, incluidos nuestros padres que nos alimentaron y cuidaron, no se devuelve nunca en el lugar en el que fue adquirida, pero sí con la misma moneda: el trabajo.
Otros trabajaron para nuestro beneficio, sin conocernos, sin saber nada de nosotros. Con nuestro trabajo para otros, cuyo rostro desconocemos muchas veces, vamos pagando esa deuda y quedando en paz con el mundo que tanto nos ha dado. Un arquitecto que proyecta un puente no sabe quién pasará por él, pero lo hace para todos los que algún día lo crucen.
Hay personas que creen que es el mundo el que les debe algo: son los que conocemos como “carácter de excepción”. Personas a las que les ha podido suceder una desgracia: han nacido con algún defecto físico, han perdido muy jóvenes a familiares muy queridos, etc. Sienten que el mundo les ha negado algo, que les ha arrebatado algo, y que por tanto, les debe algo. Suelen tener un carácter amargo, reivindicando cosas todo el día, que se les den cosas, que se les devuelva lo que les ha sido arrebatado. No son capaces de dar nada a nadie, en esa constante idea de que es a ellos a los que se les debe dar. Las leyes de convivencia son para los otros. Ellos, por la ofensa que el mundo les ha hecho, están exentos de cumplirlas (por eso lo de carácter de excepción).
Sin llegar a estos extremos del carácter de excepción, podemos decir que nuestra actitud ante el mundo puede ser de dos tipos: debemos algo al mundo, o el mundo nos debe algo. Y la realidad que producimos es muy diferente en uno u otro caso, según tengamos una u otra actitud.
Los indios maoríes decían que el intercambio se generaba cuando uno de ellos, generosamente, daba algo por nada (un Taonga, un objeto que iniciaba el intercambio). Esto es una metáfora de lo que estamos diciendo. Hay un momento de recibir y hay un momento de dar. Cuando nacemos, aun no somos capaces de producir nada y todo nos es dado. Pero después toca crecer, toca dar. No podemos “cortarnos las manos” para no dar cuando nos toca hacerlo. Y si nos cortamos las manos para no dar, viviremos mutilados.
Por eso, las personas que sienten que el mundo les debe algo, viven de alguna manera mutilados. Nuestra actitud hacia el mundo puede ser transformada. Nuestra autoestima depende altamente de nuestro trabajo para otros. Producir para otros, dar, es la única manera de tener. Sólo cuando lo doy, lo tengo, lo produzco. Dar es fuente de felicidad. Es pagar la deuda. Porque cuando no la pagamos, cuando no devolvemos, admitiendo así que hemos recibido, viene la culpa: una de las fuentes más importantes de displacer, de malestar y de infelicidad. La mezquindad, negarse a otros, negarse a dar, trae culpa. Dar nos salva de la culpa y nos da felicidad. Comencemos dando y también recibiremos, porque dando generamos deuda también, recibiremos de otros.
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