Por mucho que nos esforcemos, si nuestro interlocutor no comparte nuestra opinión y no quiere entender lo que decimos, la comunicación será imposible y deberemos resignarnos, siempre desde el respeto. La comunicación no es un proceso especialmente sencillo. Lo que decimos, en ocasiones, se malinterpreta y ello ocurre porque muchas veces nuestro interlocutor tiene su propia visión de las cosas y, lejos de escuchar, se prepara solo para responder.
Nuestras percepciones previas, el defecto sutil de categorizar la realidad antes de comprenderla y el hablar antes de atender a quien tenemos delante suelen ser los errores más comunes a la hora de comunicar.
Por ello, cuando ya han sido muchas las veces en que nos hemos esforzado en dejar claro un aspecto, cuando ya estemos cansados de dar una explicación tras otra sin que haya entendimiento o cercanía, tal vez, sea el momento de aceptar que, a veces, es mejor dejar de invertir fuerzas y energías en algo que no tiene solución.
Te invitamos a reflexionar sobre ello.
Lo que decimos, lo que comunicamos y lo que los demás entienden
La primera condición para que el proceso comunicativo sea eficaz es el respeto. No obstante, en ocasiones, habremos podido comprobar que esto no siempre se cumple.
Hay quien opta por levantar la voz pensando que con ello se hace entender mejor; otros son incapaces de mantener un contacto visual con el que poder empatizar, con el que poder mantener una conversación más armónica atendiendo a todo aquello que decimos.
Analicemos con más detalle todos estos aspectos.
Los estilos comunicativos con los que hemos crecido
El estilo comunicativo que hemos vivido a lo largo de nuestra infancia y primera juventud tiene sin duda mucho peso y, a la vez, puede llegar a posicionarnos en una dirección u otra.
El estilo autoritario, por ejemplo, es ese tipo de diálogo donde, lejos de atender lo que decimos o de intuir nuestras necesidades, se marca una sola dirección en la comunicación. Desde el que tiene más poder al que tiene menos.
El autoritarismo no sabe de diálogos, de escuchas o de empatía. Se limita solo a ordenar. Todo ello hará que el niño pueda llegar a pensar que lo que él piense o sienta no es importante.
Por otro lado, un estilo comunicativo opuesto al anterior es, sin duda, la comunicación democrática y efectiva. Es aquella donde hay una reciprocidad, una atención, un respeto, una escucha y una adecuada interpretación de los mensajes que se reciben.
La persona que desde épocas tempranas se educa en este estilo de comunicación donde sus necesidades son atendidas y donde cada palabra se considera importante, crece con mayor seguridad y con una mejor autoestima.
Es importante aprender a escuchar “lo que no se dice”
Cuando hablamos de la necesidad de aprender a escuchar también “aquello que no se dice”, nos referimos sobre todo a desarrollar una adecuada empatía, algo que no todo el mundo aplica en el día a día.
En ocasiones, una frase es mucho más que un conjunto de palabras con un determinado significado. La expresión de quien habla, el tono y la gestualidad definen este tipo de comunicación no verbal que, a veces, tiene más peso que la verbal.
Hemos llegado a un punto cada vez más común en que dejamos de mirarnos a los ojos para hablar. Muchas veces, esa comunicación no verbal ha sido sustituida por “emoticonos”, puesto que gran parte de nuestros diálogos y de lo que decimos se transmite a través de la mensajería electrónica.
Es importante cultivar unas conversaciones cara a cara donde la mirada atienda, donde la mirada sea sabia, intuitiva y cercana. Es el pilar más importante de la comunicación, porque comunicar es, ante todo, proyectar emociones.
Dejar de dar explicaciones a quien entiende lo que quiere
Hay batallas que hemos de darlas por perdidas, aunque en ello nos vaya el alma, aunque con ese acto de aceptación tengamos que asumir que incluso las personas que más nos quieren no nos entienden.
En ocasiones, el diálogo va mucho más allá de los afectos e incluso de las emociones. Estamos hablando ya de valores.
Pensemos en el caso de una familia, de unos padres que no entienden que su hijo haya elegido una determinada pareja.
Podrá hablarles del amor, del cariño sincero y, sin embargo, todos estos pilares no tendrán sentido para unas personas para las cuales dichos aspectos carecen de importancia ante otros como “el qué dirán”, o “el que te vayas y nos dejes es una traición”.
Queda claro que hay casos y casos. Que en ocasiones, lo que decimos, lo que defendemos, no sirve de nada ante quien no escucha ni quiere establecer los puentes del entendimiento, del respecto y los afectos.
Por ello, antes de seguir luchando en disputas inútiles, no habrá más remedio que aceptar posiciones ajenas y entender que comunicar no siempre significa poder entenderse.
No obstante, hemos de recordar que, a pesar ello, siempre debe existir el respeto.
Nuestras percepciones previas, el defecto sutil de categorizar la realidad antes de comprenderla y el hablar antes de atender a quien tenemos delante suelen ser los errores más comunes a la hora de comunicar.
Por ello, cuando ya han sido muchas las veces en que nos hemos esforzado en dejar claro un aspecto, cuando ya estemos cansados de dar una explicación tras otra sin que haya entendimiento o cercanía, tal vez, sea el momento de aceptar que, a veces, es mejor dejar de invertir fuerzas y energías en algo que no tiene solución.
Te invitamos a reflexionar sobre ello.
Lo que decimos, lo que comunicamos y lo que los demás entienden
La primera condición para que el proceso comunicativo sea eficaz es el respeto. No obstante, en ocasiones, habremos podido comprobar que esto no siempre se cumple.
Hay quien opta por levantar la voz pensando que con ello se hace entender mejor; otros son incapaces de mantener un contacto visual con el que poder empatizar, con el que poder mantener una conversación más armónica atendiendo a todo aquello que decimos.
Analicemos con más detalle todos estos aspectos.
Los estilos comunicativos con los que hemos crecido
El estilo comunicativo que hemos vivido a lo largo de nuestra infancia y primera juventud tiene sin duda mucho peso y, a la vez, puede llegar a posicionarnos en una dirección u otra.
El estilo autoritario, por ejemplo, es ese tipo de diálogo donde, lejos de atender lo que decimos o de intuir nuestras necesidades, se marca una sola dirección en la comunicación. Desde el que tiene más poder al que tiene menos.
El autoritarismo no sabe de diálogos, de escuchas o de empatía. Se limita solo a ordenar. Todo ello hará que el niño pueda llegar a pensar que lo que él piense o sienta no es importante.
Por otro lado, un estilo comunicativo opuesto al anterior es, sin duda, la comunicación democrática y efectiva. Es aquella donde hay una reciprocidad, una atención, un respeto, una escucha y una adecuada interpretación de los mensajes que se reciben.
La persona que desde épocas tempranas se educa en este estilo de comunicación donde sus necesidades son atendidas y donde cada palabra se considera importante, crece con mayor seguridad y con una mejor autoestima.
Es importante aprender a escuchar “lo que no se dice”
Cuando hablamos de la necesidad de aprender a escuchar también “aquello que no se dice”, nos referimos sobre todo a desarrollar una adecuada empatía, algo que no todo el mundo aplica en el día a día.
En ocasiones, una frase es mucho más que un conjunto de palabras con un determinado significado. La expresión de quien habla, el tono y la gestualidad definen este tipo de comunicación no verbal que, a veces, tiene más peso que la verbal.
Hemos llegado a un punto cada vez más común en que dejamos de mirarnos a los ojos para hablar. Muchas veces, esa comunicación no verbal ha sido sustituida por “emoticonos”, puesto que gran parte de nuestros diálogos y de lo que decimos se transmite a través de la mensajería electrónica.
Es importante cultivar unas conversaciones cara a cara donde la mirada atienda, donde la mirada sea sabia, intuitiva y cercana. Es el pilar más importante de la comunicación, porque comunicar es, ante todo, proyectar emociones.
Dejar de dar explicaciones a quien entiende lo que quiere
Hay batallas que hemos de darlas por perdidas, aunque en ello nos vaya el alma, aunque con ese acto de aceptación tengamos que asumir que incluso las personas que más nos quieren no nos entienden.
En ocasiones, el diálogo va mucho más allá de los afectos e incluso de las emociones. Estamos hablando ya de valores.
Pensemos en el caso de una familia, de unos padres que no entienden que su hijo haya elegido una determinada pareja.
Podrá hablarles del amor, del cariño sincero y, sin embargo, todos estos pilares no tendrán sentido para unas personas para las cuales dichos aspectos carecen de importancia ante otros como “el qué dirán”, o “el que te vayas y nos dejes es una traición”.
Queda claro que hay casos y casos. Que en ocasiones, lo que decimos, lo que defendemos, no sirve de nada ante quien no escucha ni quiere establecer los puentes del entendimiento, del respecto y los afectos.
Por ello, antes de seguir luchando en disputas inútiles, no habrá más remedio que aceptar posiciones ajenas y entender que comunicar no siempre significa poder entenderse.
No obstante, hemos de recordar que, a pesar ello, siempre debe existir el respeto.
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