Desde tiempos inmemoriales se ha considerado al I Ching el gran libro del pensamiento Chino. De hecho, la denominación “ching”, lo ubica entre los clásicos y principales textos de la antigua cultura. Sus diferentes niveles de lectura hicieron posible que en él se resumieran las ideas centrales que dieron desarrollo a la filosofía y a la ciencia de otros pueblos de Asia. Entre sus conocimientos difundidos en occidente se encuentran; la acupuntura, sustentada en un cuerpo teórico práctico que ve en el hombre una biología energética que lo conecta a las fuerzas de la naturaleza, el medio ambiente social y las predisposiciones emocionales y psíquicas.
Esta concepción integral dio lugar a otra disciplina: El Feng Shui; arte que se convirtió en el estudio empírico de un cuerpo mayor al humano. El de las fuerzas telúricas y celestes que afectan de manera primordial los centros vitales del hombre. Observaron la tierra, montañas, ríos, vientos y climas, así como las formas, colores y densidades en que se materializó la energía.
En su aspecto celeste, miraron el cielo y contabilizaron los ciclos de las constelaciones y los astros. Lo plasmaron en un calendario de troncos y ramas, de días in y de días yang, y los dividieron en cinco procesos mutantes: madera, fuego, tierra, metal y agua.
Algunas combinaciones eran faustas y otras infaustas. Calcularon la alternancia de abundancia y miseria, y ubicaron al hombre sabio, al noble, por encima de los vaivenes cíclicos.
De su origen chamanico dieron alma a los animales arquetípicos que aplicaron en una astrología de compatibilidades y conflictos.
Pero el I Ching fue mas allá. En su visión cósmico filosófica desentraño los fundamentos últimos del universo y en él reconoció las leyes del cambio como el principio inmutable que rige todos los estados de la manifestación. En tanto que en su aspecto teleológico conformó la noción de Tao, como sentido primero y último de la creación. Según esta visión el Tao precede a lo creado pero se va develando y siendo en el devenir de lo que crea.
Es una idea del ser (que al mismo tiempo es un no ser), pues no queda apegado a su manifestación. Y como un río, presta su sentido a hondonadas y lechos en su viaje por imprevistos cauces. Es un ser que no siendo se conforma en el hacer. ¿Pero cómo es ese hacer para el hombre?
Es un hacer natural y paciente que aguarda la realización del Tao. Es un hacer que se deja guiar por la observación y el respeto de las leyes cósmicas. Al decir de Lao Tzu “ si quieres que algo mengue debes antes permitir que se expanda. Si quieres librarte de algo, debes antes permitir que florezca”.
Y es en esta filosofía que el I Ching se vuelve oracular puesto que al conocer las leyes del cambio conduce al hombre por donde fluye el universo, alineándolo con la corriente creadora de la vida, lo eternamente transmutado.
Conocer las leyes del cambio es la ventaja predictiva del I Ching, pues, cualquiera sea el lugar o momento en que nos encontremos él abrirá el mapa de los fenómenos por suceder. Aunque también, como todo saber oracular el I Ching comprende un aspecto mágico. La magia, es la potencialidad del observador que al observar corrige y crea abriendo el curso de nuevos sucesos, y de este modo, actúa sin hacer. En la danza incesante del in y el yang se encuentra la fuerza del misterio, figurándose en imágenes y dándole sentido al universo inconmensurable de un hexagrama.
Por Verónica Matta
¿Te gustó el artículo?
Comentarios
Publicar un comentario
Gracias por dejar tu opinión sobre el artículo.