Te golpeaste el dedo meñique contra las patas de una mesa y el dolor es insoportable, aunque si estás concentrado en algo y te das un golpe sin darte cuenta, puede ser que ni registres la dolencia. Es que el dolor no responde a tu tipo de lesión, sino que a cómo tu cerebro cree que debes sentirlo a modo de aviso y precaución. Hoy te vamos a contar cómo tu cerebro decide que grites de dolor o apenas lo registres pese a haber sufrido una herida grave.
Siempre creímos que, al golpearnos o sufrir algo que cause dolor, los receptores enviaban la información al cerebro y este lo transformaba en la sensación de dolor que se siente en la zona, pero lo cierto es que las cosas son más complejas. El cerebro no solo reacciona al golpe, corte o lo que sea según la señal que recibe por parte de los nervios de la zona, sino que al decidir cuánto dolerá entran a jugar las emociones.
Puede ser que, en una situación donde estés angustiado y asustado, como por ejemplo un procedimiento médico, sientas más dolor del que deberías o, si te hieres en plena acción, por ejemplo en combate, no sentir el dolor debido a la adrenalina y el estado de alerta en que se está frente a otras cosas.
El dolor siempre es real, pero no es proporcional al daño, ya que su intensidad depende de la emoción que se este registrando en ese momento a nivel cerebral, ya que estos estímulos llegan tanto a las zonas que registran la señal sensorial, es decir, la que debería enviar y causar dolor, como también a la emocional. A veces la segunda puede dominar la primera.
Emociones fuertes y su relación con el dolor
Cuando se está en una situación de estrés y se actúa casi sin pensarlo, como es el caso de los soldados en el campo de batalla, es probable que estos no registren el dolor si están bajo ataque o en plena acción.
En esos casos, que normalmente serían de un fuerte dolor, el aspecto emocional de un estado adrenalínico supera al dolor que se siente desde el punto de vista sensorial, ya que el cerebro que está en modo supervivencia, privilegia el poder seguir funcionando y no sucumbir al dolor. Se trata de una reacción casi primitiva.
En un casi totalmente diferente, puede ser que, muy enojado, te golpees el dedo meñique el pie contra una mesa. Al estar lleno de emociones negativas, tu dolor puede ser más fuerte. Si estás de buen humor y una disposición positiva, el dolor será menor.
La ansiedad también contribuye al dolor. Si estamos asustados y nerviosos ante, por ejemplo, la sutura de una herida, nuestro cerebro amplificará el dolor. En caso de no estar asustado, sino que y convencido que el dolor será mínimo, la falta de miedo ayuda a que realmente no percibas esa sensación como un gran dolor.
El dolor no es algo malo, sino que una forma en que el cuerpo nos dice que algo no está bien y debemos reaccionar, pero tus emociones, hacen que su intensidad se regule hacía arriba o abajo.
¿Te pones ansioso ante situaciones dolorosas?
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