“Te escribo estas líneas, a ver si te sobrepones a los prejuicios y finalmente te atreves a dar la cara. Sé que puede ser mucho pedir, pues la valentía masculina no es una virtud cuando el campo de maniobras deja de ser una oficina o un bar, lejos de tus colegas de oficina, tus amigos de tragos o tus ex compañeros de estudio. A diferencia de ellos, conmigo no tienes que fanfarronear, porque no me interesa saber de tus conquistas ni pretendo que me ocultes tus derrotas.
Aunque no voy a encubrir tus equivocaciones, ni a justificar tus errores, tampoco soy tu enemiga, ni quiero ser tu verdugo. Contrario a lo que pasa con algunos de esos que te acompañan a tomar whisky en las tardes de viernes, después del trabajo, yo no aspiro a que te boten de la empresa, para tomarme por asalto tu amplia oficina. Tampoco cruzo los dedos para que las cosas te salgan mal, o para que te trasladen a una sede remota en algún paraje inaccesible del continente.
No esperes que yo sea tu aliada para hacer caer a nadie, pero tampoco dejaré que nadie te apuñale por la espalda. Sin embargo, tampoco quiero ser para ti apenas una amiga a la que puedas acudir de vez en cuando, a confiarle tus desventuras. Yo quiero estar contigo cuando pases por la soledad del fracaso, cuando atravieses el desierto de las penas o cuando se te venga encima el agobio de la depresión.
No quiero que seas un superhombre, ni te necesito infalible. No necesito un dios al cual venerar sin reparos, sino a un hombre al que pueda amar sin rodeos. Cuando sea yo la que esté en la inmunda, no espero que te compadezcas de mí, ni que tengas la palabra precisa, ni que le des solución mágica a mis problemas. Sólo me basta con saber que estás ahí. No es necesario que seas una roca cuando lo que yo necesito es un halo de viento fresco. No busco unos brazos fuertes en los cuales refugiarme, sino una mano tendida de la cual sostenerme mientras camino en medio de la oscuridad.
Sé que a muchos hombres les da miedo aceptar lo que sienten. No es indispensable que me quieras mucho, me conformo con que sólo me quieras; pero, eso sí, recuérdamelo con frecuencia. Deseo oírlo de tus labios, mientras me miras fijamente a los ojos. No te dé miedo ser cursi, ya verás lo lindo que se siente.
A la hora de la intimidad, no creas que busco una máquina de hacer el amor, créeme que eso se puede resolver con simpáticos y efectivos juguetes de pilas. En la cama no tienes que demostrarme nada, por eso no quiero un semental ni me parece divertido un acróbata. El sexo, aunque sublime, no es un fin, sino una manifestación más de compañía y confianza, de placer y de entrega; uno de nuestros muchos puntos de encuentro.
Si alguna vez me pones los cuernos, te ruego que me lo digas, pues aunque no sé si pueda ser comprensiva o me quede difícil perdonarte, si me entero por otros medios, la posibilidad de reconciliación habrá desaparecido casi por completo.
Claro que vamos a tener muchas diferencias, pero la mayoría se podrán superar; al fin ya al cabo no se trata de cerrar caminos, sino de buscar salidas. Prometo no enojarme con retroactividad, pero tú me garantizas que no te vas a molestar por anticipado. Y, sobre todo, no nos preocupemos por los problemas que no tengan solución.
Sabes que te puedo oír aun en silencio, así que nunca me levantes la voz ni me saques en cara los defectos; desde el comienzo los conoces. Si un día me faltas al respeto, lo asumiré como un doloroso gesto de despedida. Mi cuerpo y mi conciencia son intolerantes a los abusos.
Bien sea que estés conmigo sólo una noche o decidas quedarte toda una vida, no lo hagas por inercia, porque, igual, me voy a dar cuenta. Y cuando resuelvas irte, no huyas sin despedirte ni caminando de puntillas; ten la entereza de salir andando con la misma seguridad que exhibías al incursionar en mi vida.
Ven, que el mundo está cambiando y no te puedes quedar ahí; esto no te lo puedes perder.
De todo corazón”,
Aleida
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