La felicidad pasa por ser un objeto científico. Una legión de investigadores se ocupa de estudiar esa sensación subjetiva de estar a gusto con la propia vida. En PubMed hay miles de trabajos sobre las bases, los parámetros, los requisitos y otros aspectos de la felicidad y sus contornos físicos, psicológicos y sociales.
No solo se difunden en publicaciones de psicología y ciencias sociales, sino también en revistas del máximo nivel, como Science o PNAS; hay incluso algunas consagradas a la materia, como el Journal of Happiness Studies. Estos estudios hacen gala de usar el método científico, cuando no tecnologías tan sofisticadas como la resonancia magnética funcional (MRI) o técnicas genéticas.
El resultado de tanta pesquisa es una avalancha de información que se prolonga en libros, charlas y otros materiales que conforman una auténtica industria de la felicidad. El problema es que los secretos de la felicidad que venden expertos y charlatanes varios están trufados de ciencia y pseudociencia. Y no siempre es fácil distinguirlas.
¿Qué es la felicidad? ¿Cómo puede medirse? ¿Cuáles son sus ingredientes? ¿Es hereditaria o adquirida? ¿Cómo varía en las diferentes culturas y países? ¿Hasta qué punto depende de la economía? La ciencia de la felicidad vendría a ser el conjunto de aportaciones científicas realizadas desde la psicología, la biología y la economía, principalmente, para responder a estas y otras preguntas.
Si nos atenemos a los resultados de tanta investigación, hay tatas respuestas, que no es fácil resumirlas. Una idea esencial es que la felicidad se sustenta en las relaciones interpersonales y sociales, incluyendo aquí las sexuales y las familiares. Otra idea clave es que la felicidad depende de la economía y, por tanto, puede comprarse, aunque solo hasta cierto punto. Así, en los países ricos hay mas gente que se considera feliz que en los países pobres. Pero la geografía de la felicidad tiene sus singularidades, como el llamado “bonus latinoamericano”, que aporta un plus de felicidad a los latinos y que no se explica por la renta.
Por más que algunos de los principales ingredientes de la felicidad sean gratuitos, a saber, el sexo, la música, el ejercicio físico y la conversación, su disfrute tiene mucho que ver con los usos sociales y la psicología individual. Por eso, entender la felicidad en clave científica no es tan sencillo como puede desprenderse de algunas respuestas, por más científicas que parezcan y más números que las respalden.
No es ciencia todo lo que reluce con números. La ciencia tiene unas condiciones que van más allá de la aplicación de una metodología más o menos ajustada al método científico. El planteamiento de hipótesis, la formulación de teorías, la verificabilidad, la capacidad predictiva y la falsabilidad son algunas de las características propias de la ciencia que no se cumplen en muchas de las investigaciones sobre la felicidad.
La ciencia, analítica por definición, se defiende mal con los objetos complejos, y la felicidad, como el amor o la amistad, es uno de ellos. Por eso, buena parte de la llamada ciencia de la felicidad no va mucho más allá del sentido común y se apoya en ideas sin confirmar que difunden algunos gurús, para quienes la felicidad puede ser una sensación, un sentimiento, un proceso, un camino y tantas otras cosas, según convenga para sus recetas.
Pero, si se pretende estudiarla científicamente, hay que poder definirla con precisión y descomponerla en ingredientes susceptibles de ser analizados. Sea lo que sea la felicidad, sea o no sea un asunto científico y sean cuales sean sus ingredientes, lo que está claro es que procurar este bienestar subjetivo no es el objetivo de la medicina, que se ocupa tan solo de uno de sus componentes: la salud.
Fuente: IntraMed
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