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Cuando juzgas a otro... ¿A quien estás juzgando?

Aunque la palabra sea contundente y nos lleve a exclamar ¡si yo no juzgo! lo cierto es que lo hacemos continuamente, emitimos juicios sobre todo lo que nos rodea, sobre todos los que nos rodean, pero cuando opinas con aprobación o desaprobación ¿a quién estás juzgando?… Sigue leyendo para descubrirlo, sin prejuicio, sin ideas preconcebidas, sin activar tus defensas, ¿listo?

“Esto es bueno, esto es malo, de esta persona me puedo fiar, de esta otra mejor me alejo…”

Queda claro que no todo el mundo actúa de este modo, que hay quien evita emitir juicios porque a su vez, no desea ser juzgado por los demás, y ello es lo que deberíamos poner en práctica siempre, para construir así una sociedad más armónica y tolerante, y evidentemente no es una tarea fácil…

Se trata de una tarea progresiva, de adquirir conciencia en primer lugar y de ir practicando poquito a poco hasta erradicar el juicio.

Solo por hoy, no juzgues; solo por hoy deja que tu mirada atienda el mundo con calma y sin prejuicios, y limítate a “ser” y a “dejar ser”.

Sería, sin duda, muy adecuado que todos nosotros intentáramos practicar este sencillo consejo cada día. De este modo, nuestras relaciones serían más respetuosas y crearíamos menos conflictos.

¿Por qué juzgamos?

Es como tantas otras cosas un rasgo evolutivo y biológico. Nuestro cerebro necesita categorizar para tomar respuestas rápidas en aras de nuestra supervivencia. Así tenemos categorías duales como:

igual a mi... diferente de mi, seguro... peligroso; bueno... malo

Y así de forma automática categorizamos o sea juzgamos a las personas y situaciones en función de su “peligrosidad”.

Pero son mecanismos que debemos trascender, debemos parar los automatismos y recuperar nuestro auténtico poder personal, aprender de lo diferente en lugar de rechazarlo, cuestionarnos si algo es verdaderamente peligroso, y para quién lo es en realidad…

Lo que te molesta te define…

Si evitas relacionarte con tus vecinos porque son de otra raza o pertenecen a otra cultura, en realidad, cada juicio que emitas te estará definiendo a ti. Definirán a una persona racista y con la mente cerrada, a una persona temerosa de enfrentarse a lo desconocido, y la sensación de profundo malestar que se anida en ti, en realidad, es aunque no lo creas, el malestar que sientes hacia esa faceta tuya.

Cada vez que emitamos un juicio sobre alguien sería adecuado que pusiéramos en práctica un ejercicio de reflexión: ¿Por qué pienso esto? ¿Qué parte de mi hay involucrada para que me moleste tanto?

En infinidad de ocasiones el juicio hacia alguien suele encubrir un tremendo enfado por tu propia actitud.

Por ejemplo juzgamos a quien viste de manera diferente, saltándose la normalidad porque nos molesta su libertad, y nos molesta su libertad porque nosotros no somos capaces de reivindicar la nuestra…

Juzgamos al rico porque no somos capaces de generar abundancia, y al pobre porque no se sacrifica tanto como nosotros.

Ya…. ¿y por qué no voy a juzgar a los asesinos? ¿Acaso cuando los juzgo es porque a mi me gustaría cometer un asesinato?

Claro que no, aunque lo cierto es que cuando vemos las atrocidades que cometen determinadas personas lo normal es que el juicio nos lleve al “ojo por ojo” lo que revela una parte de nosotros que también considera lícito en determinadas ocasiones acabar con la vida de alguien…

Estos casos son los más difíciles para aquellos que queremos vivir fuera del juicio, pero hay varios motivos de peso para intentarlo.

En primer lugar el ojo por ojo solo engendra ciegos, nos coloca en el mismo lugar, saca lo peor de nosotros mismos y nos hace partícipes del odio, de la separación, del miedo, contribuyendo a hacer del mundo el lugar oscuro en el que esas personas a las que juzgamos habitan.

No debemos prestarnos a ese juego, por el planeta y por nosotros mismos.

No debemos permitirles robarnos también nuestra vibración, nuestra capacidad para trascender y transmutar todo lo oscuro en luz, en amor.

¿Pero cómo conseguimos no juzgarles? Empatizando con ellos…casi nada…

Sólo hay tres motivos para que una persona haga atrocidades, o es un enfermo mental, o tiene razón (por supuestísimo tiene SU razón) o le falta educación.

¿Juzgamos al cojo porque no sea capaz de ganar una carrera? ¿Juzgamos a la madre que abandona este mundo dejando a sus pequeños por culpa de una enfermedad terminal?

De la misma manera juzgar al psicópata no tiene sentido. Hay que tratarle o apartarle si no hay tratamiento, pero no podemos pedirle lo que no puede dar.

Respecto a la educación, aquí es donde somos más ligeros emitiendo juicios, sobre todo quienes hemos sido criados en sociedades que se preocupan por inculcar valores, los que hemos recibido una educación sin siquiera haberla pedido.

Nos permitimos el lujo de juzgar los comportamientos sin saber qué vida han llevado, qué experiencias han tenido por el camino, qué valores o falta de ellos recibieron de su entorno más cercano…

Y por último, los que destrozan las vidas de otros por una “legítima razón”, los terroristas, los “la maté porque era mía”, los “el fin justifica los medios”, los “o tu cultura o la mía”…

Ellos son los que más tienen que hacernos reflexionar sobre el juicio y el prejuicio, ellos que creen tener razón tanto como nosotros cuando queremos erradicarles en lugar de amarles y enseñarles a vivir fuera de la separación…

Ellos que nos lo ponen tan, tan difícil…. son exactamente la viva imagen de a lo que conduce el juicio y el prejuicio…


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