Las rabietas de los niños, a veces, desbordan a los padres. Sin duda, la paciencia también se agota ya que además, el cansancio de la conciliación es un factor que influye en el propio ánimo. Para gestionar las rabietas infantiles, el primer paso y el más importante es mantener la autoridad ante los niños. Es decir, tener firmeza en la toma de decisiones recordando que un límite se interioriza a partir de la coherencia. Por el contrario, cuando dices sí a tu hijo y luego le dices que no respecto del mismo asunto, no comprende la información que quieres darle.
Aunque es difícil tener paciencia cuando en un mismo día acumulas un montón de situaciones estresantes, intenta mantenerte relajado durante la rabieta del niño. ¿Cómo puedes conseguirlo? Intenta mantener la concentración en aspecto básicos, por ejemplo, no eleves el tono de voz, respira profundamente. Realiza cinco respiraciones profundas para tomar aire y conectar con el ahora desde una perspectiva positiva.
Es recomendable que no intentes razonar con el niño cuando está experimentando la frustración propia de la rabieta ya que entonces no atiende a razones. Es mejor que esperes a que se calme para poder hablar con él.
Intenta tener empatía. Intenta comprender cuál es el motivo que hace que el niño se sienta de este modo. Puede ser una razón que desde la perspectiva del adulto, no tenga tanta trascendencia. Sin embargo, para el niño, puede tener una mayor dimensión. Observa esta expresión emocional en su parte positiva. El niño todavía no sabe gestionar sus emociones de otro modo, y sin embargo, a través de esta ira expresa aquello que siente.
Observa que el niño está en un entorno de seguridad y que no tiene ningún riesgo de caída. Por ejemplo, comprueba que no hay próxima una zona de escaleras. Cuando el niño tiene una rabieta puede desarrollar cierta agresividad, por esta razón, comprueba que no tiene riesgo de golpearse con ningún elemento exterior. Una vez que compruebas que está en una zona de seguridad, intenta ignorar la situación para no reforzar este tipo de conducta, y sin embargo, elogiar de forma positiva su actitud cuando se tranquilice.
Para un niño pequeño, una desilusión tan sencilla como tomar un bocadillo de un sabor distinto al que había imaginado durante todo el día, y esa ilusión le había mantenido motivado hasta la hora de la merienda, puede ser una frustración que rompe con lo que había proyectado. Intenta recordar tu propia etapa infantil para observar cómo en aquel entonces te tomabas de un modo muy distinto situaciones que ahora te resultan mucho más sencillas. Tu hijo también vivirá este mismo proceso pero necesita tiempo para conseguirlo.
Lee cuentos a tus hijos y comenta las historias poniendo un punto de atención especial en las emociones. De este modo, tu hijo crece en un ambiente de afectividad en el que aprende a poner nombre a sus sentimientos.
¿Te gustó el artículo?
Comentarios
Publicar un comentario
Gracias por dejar tu opinión sobre el artículo.