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La peligrosa palabra: Verguenza

El qué tiene vergüenza ni come ni almuerza… Y ojalá esos fueran todos sus males... La palabra “vergüenza” en sí misma, es una de esas que deberían salir no solo de nuestro repertorio de conductas sino incluso de nuestro diccionario.
Una de esas palabras con la que nunca salimos bien parados tanto si nos falta (sinvergüenza, que eres un sinvergüenza) como si nos sobra (pusilánime, que eres un pusilánime).
¿Cómo es posible que una palabra que hace alusión a nuestros valores morales, no nos ofrezca la posibilidad de situarnos en el “lado correcto”?
La vergüenza (su existencia o carencia) ataca nuestra dignidad y nuestra autoestima.
Veamos los significados que le da la RAE:
1.- f. Turbación del ánimo ocasionada por la conciencia de alguna falta cometida, o por alguna acción deshonrosa y humillante.
2.- f. Turbación del ánimo causada por timidez o encogimiento y que frecuentemente supone un freno para actuar o expresarse.
3.- f. Estimación de la propia honra o dignidad.
El solo hecho de mantener esta expresión en nuestro diálogo interno, el solo hecho de decirnos ante nosotros mismos, ¡qué vergüenza!, desemboca una reacción emocional y física que nos lleva a la infravaloración, con un claro lenguaje corporal de culpabilidad.
En el mejor de los casos, la vergüenza puede aparecer cuando una persona nos hace un cumplido y nuestras mejillas se ruborizan mientras pensamos: 
-¡Qué vergüenza!
Si no hay nada de deshonroso ni de humillante en que yo sea bonita, ni he cometido falta alguna para serlo, ¿por qué utilizar esa palabra?
Respecto al sentimiento en sí, o como nos dice el diccionario, a la turbación del ánimo que sentimos, efectivamente suele suponernos un freno, pero no solo eso…
Imagina que tienes delante de ti a una persona que te está diciendo algo que no es precisamente un cumplido, todo lo contrario, te está recriminando una falta.
Ponte en situación… siente en este momento la vergüenza que te está produciendo y cómo tu cuerpo comunica lo que está ocurriendo dentro de ti:
Posiblemente bajarías la mirada y la cabeza, en un acto de sumisión, de aceptación de culpa… mientras piensas: ¡Qué vergüenza!
No importa si has cometido esa falta o no, tu respuesta no es útil. Solo sirve para un juego de poder, de juicio, solo sirve para que quien está señalando esa falta en público se crezca y se erija en “autoridad moral”, solo sirve para que tú te sientas indigno…
¿Cometiste ese error? Piénsalo un momento, escucha lo que te están diciendo aunque lo hagan en el momento más inoportuno o de la forma más desagradable.
Porque a veces, la propia vergüenza, paraliza nuestra capacidad de escucha, nos ponemos defensivos y ni siquiera pensamos que esa persona tan desagradable que nos está ridiculizando pueda tener algo de razón. ¿Lo cometiste?
Mírale a los ojos, asume tu error, pero sin bajar la cabeza. Cometer errores no es indigno, es humano.
Podemos asumir, con tranquilidad, que nos hemos equivocado, o que hemos tomado una decisión incorrecta, o que no hemos medido las consecuencias de nuestros actos, y poner nuestra intención en no volver a equivocarnos…
Pedir, con sinceridad, disculpas si con nuestros actos otras personas se han sentido ofendidas o dañadas.
Esto si es útil. Útil respecto a la situación, porque pone el foco en el acto y no en nuestra dignidad, útil para la otra persona (salvo que lo que busque sea ridiculizarte, en cuyo caso tampoco le estará mal una lección de humildad) que se siente escuchada y que obtiene una respuesta verbal acorde a la circunstancia, pero sobre todo muy útil para ti y tu autoestima.
¿Qué no la cometiste? Bueno….entonces todavía tiene menos sentido sentir vergüenza…
Y aquí podemos hablar de dos tipos distintos de vergüenza:
La vergüenza por el que dirán: No importa lo real de la acusación sino lo que los demás puedan pensar al respecto.
Entendamos que aunque seamos las personas más virtuosas del mundo siempre habrá alguien que nos juzgue y condene en función de su propio mundo interior… y lo cierto es que esas personas deberían importarnos más bien poco. Y mucho menos provocarnos una sensación como la vergüenza… ESO ES DEL OTRO.
Por otro lado podemos sentir la VERGÜENZA AJENA que es la vergüenza que se siente por lo que hacen o dicen otros… que ya es el colmo de los colmos…
Hablábamos de erradicar la palabra del diccionario y es porque es a través del lenguaje que construimos la sociedad del mañana no se verá libre de esta actitud si seguimos hablando a nuestros niños en términos de vergüenza.

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