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Los buenos no solemos sospechar de la maldad ajena

La maldad ajena no debe hacer que cambiemos nuestra forma de ser y que desconfiemos de todos los que nos rodean. La culpa nunca será nuestra, sino de los que intenten aprovecharse de nosotros. En ocasiones, pecamos de inocentes. No vemos venir las dobles intenciones, los egoísmos encubiertos o las falsedades envueltas en papel de regalo y acciones amables.

La maldad, o mejor dicho, las traiciones o el interés ajeno es algo muy común en nuestras relaciones de cada día.

Hay quien suele predicar aquello de “piensa mal y acertarás”, pero las buenas personas o aquellas que, sencillamente, prefieren siempre ver lo mejor de todo aquello que les envuelve, no suelen tener esta visión de los acontecimientos.

La nobleza de corazón mira siempre el lado bueno de las personas , prefiere entregarse, dar segundas oportunidades y practicar la confianza. De ahí, que a lo largo de sus vidas se lleven más de una decepción. Te invitamos a reflexionar sobre ello.

La maldad encubierta y los egoísmos disfrazados

Recientemente, el psicólogo e investigador Howard Gardner sorprendió a los medios con un comentario que dio la vuelta al mundo.

Según el profesor de Harvard y gran divulgador sobre la inteligencia humana, las malas personas nunca llegan a ser buenos profesionales. Podrán alcanzar el éxito, pero nunca la excelencia.

Para Gardner, las buenas personas son aquellas que no buscan el reconocimiento, sino que se ven motivadas en sus trabajos por ofrecer un bien y un beneficio común. Es entonces, a través de esta visión y este sentimiento, cuando una persona llega a ser un buen profesional en su trabajo.

Lo mismo ocurre en el ámbito privado y relacional. Esa excelencia “personal” solo se alcanza propiciando el bienestar ajeno y el respeto mediante la reciprocidad.

Quienes no practican esta apertura emocional y buscan solo el interés propio, no construyen lazos, no crean puentes ni refuerzan vínculos con los suyos.

No obstante, un problema añadido es que las personas con buenas intenciones y nobles de corazón no suelen percibir a aquel que va con mala intención.

El interés encubierto

Según diversos estudios científicos realizados por el psicólogo Robert Feldman de la Universidad de Massachusetts (Estados Unidos) cerca del sesenta por ciento de las personas suelen decir de media unas tres mentiras diarias.

Ahí se incluyen desde omisiones, exageraciones hasta falsedades serias que persiguen un interés egoísta. Podríamos concluir con ello de que hay “mentiras piadosas” y “grandes falsedades”, siendo estas últimas las más destructivas.

El interés encubierto es aquel que busca un propósito y que no duda en llevar cabo ciertos comportamientos engañosos para alcanzar un fin.

Los expertos en comportamiento humano nos indican que todos nosotros, de algún modo, buscamos beneficios de todos quienes nos rodean.

No obstante, lo más común es esperar respeto, reconocimiento, cariño, amor, amistad… Dimensiones estas que deben ofrecerse siempre en libertad y por voluntad propia.

Las personas que esconden en su corazón ciertas gotas de maldad y una pincelada de sutil egoísmo, manipulan a otras para conseguir sus propósitos.

Se produce pues una clara disonancia entre sus verdaderos sentimientos y las acciones que despliegan. Un comportamiento que no siempre podemos prever y que, por lo general, las buenas personas ni sospechan.

La nobleza de corazón no suele anticipar el falso interés

La razón por la que muchas personas de noble corazón, caracterizadas por practicar la confianza, el respeto e incluso el altruismo no suelen anticipar el falso interés podría deberse a las siguientes razones.
  • La maldad, o el egoísmo suele presentar un comportamiento encubierto que no es fácil de ver o intuir.
  • Las buenas personas se caracterizan por tener una gran empatía. La empatía es, ante todo, ser sensible ante las emociones ajenas, emociones como la tristeza, la alegría, la necesidad, la preocupación…
  • El cerebro humano por lo general, “no suele empatizar con la maldad o el egoísmo”. De ahí que no se perciba.
  • Otro dato que debemos tener en cuenta es que, cuando alguien busca algún propósito de nosotros, hace uso de las sutiles artes del engaño y la manipulación. Por lo general, despiertan en nosotros la ternura, la amistad, y un sinfín de  emociones positivas que nos hacen caer al instante en sus redes. Es, sin duda, un proceso muy complejo.

Las decepciones

Las decepciones suelen ser muy frecuentes en el corazón de una buena persona. Casi nadie dispone en su interior de un radar para captar la maldad ajena o la doble intención.

Por ello, la decepción suele ser mayor: nos decepcionamos por ese dolor que nos han causado al caer en el engaño, y también nos contrariamos con nosotros mismos, por no haberlo anticipado; por, como suele decirse, “pecar de ingenuos”.

No obstante, antes de martirizarnos con este tipo de pensamientos destructivos personalizándolos, hemos de asumir lo ocurrido como una experiencia, como un aprendizaje.

Las decepciones deben abrirnos los ojos, pero nunca cerrarnos el corazón . De lo contrario dejaremos de ser nosotros mismos y eso es algo que no podemos permitir.

No dejes que comportamientos ajenos te obliguen a ser alguien que no eres.

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